miércoles, 29 de agosto de 2007



Él caminaba sin prisa por la peatonal desierta. Sólo un entramado de neones marcaba sus pasos seguros. Él necesitaba algo y sabía que por ahí cerca lo encontraría. Pasando el Bingo, a una cuadra aproximadamente, estaba la entrada de un cine triple X. En sus cercanías, como los buitres que acechan a sus víctimas, estaban ellas. Las vendedoras de placer a plazo fijo. Echó un vistazo apreciativo. Una era demasiado vieja y vistosa. Con sus collares colorinches, casi como la cosmética. Otra ya había conseguido cliente. Tal vez la pequeña. Si… no era demasiado sugestiva, pero se vestía en el límite de la decencia. Un cuerpo bien formado, un rostro delicado y unos enormes ojos verdes. Si… podría servir a sus propósitos. Se acercó despacio. Siguió unos pasos más. Depositó la valija de cuero en el suelo. Puso un cigarrillo negro entre los labios.
-¿Buscás compañía, papito?-escuchó la vocecita a su espalda.
-Si, mamita. Hablemos de negocios ¿Cuánto?
-Depende de lo que quieras… con globito o sin globito… completo-recitó casi de memoria.
-Toda la noche. Después te digo que quiero-dijo con tono comercial.
-Cien pesos.
-Trato hecho. ¿Algún lugar por aquí cerca?
-A una cuadra. Por allá, es limpio y discreto.
Ella había dicho una verdad a medias, que algunas veces son peor que las mentiras. Era algo discreto y algo limpio.
El cuartucho rezumaba ese olor a desinfectante barato que tienen todos los hoteles por hora. Una camita con sábanas y una colcha bastante trajinada. Pero limpia. Un silloncito. Una cómoda con espejo ajado. Y dos apliques. Uno de luz blanca y otro con un foquito rojo. Dos canales de música, ambos con música pop y romántica.
Ella se sacó la blusa rápidamente y aflojó el botón del jean ajustado.
-Esperá… no es necesario que te desnudes. No vamos a hacer nada.
Ella lo miró con un mohín de desconcierto y disgusto.
-Tranquila… tranquila… acá está tu dinero y unos veinte pesos extras, por la molestia-dijo él, mientras arrojaba los billetes sobre la cama.
Ahora ella estaba más desconcertada que antes. Pero tomó el dinero en rápido ademán.
-¿En serio que no querés nada?
-Solo quiero que te quedés calladita, mientras acomodo algunas cosas para mi trabajo-dijo con voz grave-ahí abajo hay algunas revistas o podés arreglarte las uñas… o si querés dormite ¿Si?
Ella se acercó a la mesita de luz y tomó una de las revistas. Era de actualidades. De unos dos años atrás. Se sentó en la cama. Lo miró con extrañada.
Él había puesto la valija sobre la cómoda, a manera de escritorio y maniobraba con algunos elementos dentro de ella.
-¿A que te dedicas?
-¿Todas las chicas como vos son tan curiosas?-dijo secamente él.
Ella calló. Siguió haciendo que leía un artículo en la revista. Su rostro se ensombreció.
-Disculpá… no quise…
-No importa, está todo bien-respondió quedamente.
-No, en serio. Estuve grosero y…
-Ya fue, no te preocupes más…
-Soy comerciante-dijo él como para terminar.
-¿Viajante? ¿Vendedor?
-Algo así-agregó, con una sonrisa torva de costado.
Ella se levantó. Rebuscó en su bolso. Encontró lo que buscaba. El cepillo de dientes y la crema dental. Entró en el baño mínimo. Comenzó a fregarse los dientes. Luego de escupir, se comenzó a limpiar por segunda vez. Entonces cruzó la habitación hacía la ventana. Hacía calor y la quería abrir, pero quedó a mitad de camino. Con el cepillo en la boca. Los ojos desmesuradamente abiertos. Él maniobraba con un arma. La miró imperturbable.
-¿Querés saber a que me dedico? Bien, soy asesino a sueldo-dijo sin ningún tipo de emoción evidente-estoy haciendo tiempo para cumplir un encargo. Los hoteles de pasajeros no son seguros y en uno de este tipo tengo que entrar acompañado ¿Satisfecha?
Ella volvió hacía el bañito. Escupió varias veces.
-No es mi asunto-contestó algo agitada.
-Tranquila… no te voy a matar a vos-hablaba con voz pausada, como un vendedor de seguros-no necesito más problemas por esta madrugada. Mirá, vamos a estar aquí hasta las cinco. Después salimos, vos te vas a dónde quieras. Yo voy a buscar a mi blanco. A un par de cuadras de aquí.
-No quiero saber más nada… ¡No quiero!
-Ahora… ¿Cómo te llamás?
-Alexandra, con equis…
-Bien, Alexandra con equis. Ahora es muy tarde-la miró a los ojos-te doy los detalles porque cuánto más sepas, más involucrada estás y menos posibilidades hay de que me traiciones ¿Entendés?
-Si-musitó angustiada.
-El tipo para acá a la vuelta en el Hotel Bristol. Sobre la 9 de Julio. Sale para el aeropuerto a las cinco treinta. Lo espera una camioneta cuatro por cuatro importada. Dos custodios bien entrenados. Es un trabajo bastante simple.
Alzó el arma y se la mostró.
-Es una Desert Eagle automática, Mágnum 44, con mira láser… balas de punta hueca. Un solo tiro a doscientos metros. Un blanco fácil… nada más…
Ella se sentó en la cama. Quedó mirando el suelo. Él siguió revisando el arma. El silencio era espeso. Solo se sentía la respiración excitada de ella.
-¿Cómo es matar?-preguntó en un susurro.
El la miró fríamente. Parecía estar pensando la mejor respuesta.
-Nada especial. Matar es fácil. Lo difícil es seguir viviendo. O amar-no agregó más nada.
-¿Amaste alguna vez?
-¿Y vos?
-Si… con locura…
-¿Y los hombres te hicieron mal?
-¡No te burlés!
-Disculpá. De vuelta, soy un poco bruto-se asombró escuchando su tono de voz más suave-en mi profesión, como en la tuya, es peligroso enamorarse. El amor hace cometer errores. El error no es una opción para mí. Es un tema de vida o muerte. ¿Tenés hombre?
-Bueno… uno que me cuida y dice quererme-sus ojos tenían una expresión triste.
-Un rufián-dijo él sin ningún tipo de diplomacia.
Ella se levantó del silloncito y se dejó caer en la cama. Él comenzó a manipular con las perchas que llevaba aparte del bolso. Acomodo el traje, mientras se ponía la camisa blanca y una corbata gris. El traje era negro.
-¿Te vestís elegante para matar?
Él estaba maniobrando con los pantalones.
-Soy casi un burócrata de la muerte-y se rió-no, lo que sucede es que trato de llamar la atención lo menos posible.
-¿Y el pelo largo?
-Así-dijo mientras se ataba con un elástico.
-A ver, dejame a mí. Sentate en la punta de la cama.
Él obedeció y ella se acercó por su espalda gateando. Se irguió y apoyo su cuerpo contra él. Después le tomó la cabellera, se la estiró y retorció un poco. Pasó el elástico. Le dio unas cuántas vueltas.
-Tendrías que usar un pañuelo, el elástico te corta los cabellos.
Giró la cabeza, quedó cara a cara con ella. Sin pensarlo la besó. Ella respondió.
-Creí que ustedes no besaban en la boca.
-Son mitos-dijo ella mientras reía-no besamos en la boca a los clientes… pero cuándo un tipo me gusta.
Él se la quedó mirando.
-¿Sabés que esto que hiciste es un rito milenario?-le dijo en un susurro.
-¿Atarte el pelo?
-En el Japón medieval las mujeres ayudaban a vestirse a los samuráis antes del combate.
-¿Samuráis?
-Eran guerreros al servicio de un Shogun, o sea Señor de la Guerra. Ellos servían a su Señor. Tal vez yo sea más parecido a un Ronin.
-¿Y ahora? ¿Qué es un ronin?
-Un samurái que no tiene shogun. Un mercenario que alquilaba su espada al mejor postor. Creo que si, yo soy un ronin.
La volvió a besar. Ella acerco su cuerpo un poco más.
-¿Cómo te llamás?
-Paco.
-¿Vos te llamás Francisco? ¿Ese es tu nombre?
-Apuesto a que tu nombre no es Alexandra con equis-dijo en forma algo brusca.
-No… es Rosa, pero no me gusta-dijo ella ofuscada-por favor llamame Alexandra.
-Okey. Me llamas Paco y yo te llamo Alexandra ¿Es un trato?
Ella río y se acercó de nuevo.
-Alexandra, ya estuvo bien. Tengo un trabajo que hacer. No puedo estar contigo. Sos hermosa y me gustas, pero no debo…
Ella se retiró contra el espaldar. Quedó encogida. Él se levantó, terminó de ponerse el saco y acomodar el arma en la sobaquera.
-¿Ya es hora?
-Casi… faltan quince minutos ¿Cómo se llama el rufián?
-Cholo… le dicen Cholo…
-¿Vos lo amas? ¿Querés seguir con él?
-No, solo lo soporto-la misma expresión de tristeza.
-¿Te pega?
Silencio. Y más tristeza.
-Mirá piba… tengo algunos ahorros. Si querés podemos probar un tiempito en el campo. Yo me quería comprar una granjita, criar algunos animales…
-¿Y que hago con la nena?
-Traela.
Ella se quedó mirando incrédula. La mandíbula le colgaba.
-Pero ¿Por qué?
-Mirá, voy a hacer el laburo. Cuándo vuelva conversamos.
-¡No vayas! ¡No lo hagas! Hablemos ahora-musitó ella.
-Tengo que hacerlo. Mis patrones no perdonan fallos ni traiciones. ¿Jugaste alguna vez al Monopolio? Esto es similar. El verdadero sentido del juego no era ganar ni perder. Era permanecer. En este juego tenés que permanecer, una vez que estás dentro no se puede salir. Solo cumplís con lo que se te ordena.
-Pero…
-Mirá, ya es la hora-el se acercó a la cama y se sentó-cuándo te encontrás con el Cholo ¿De que lado se pone cuándo caminan?
-Siempre se adelanta unos pasos-dijo ella extrañada.
-Perfecto. Si por cualquier motivo yo no vuelvo a buscarte, esto que te digo es tu boleto a la libertad-abrió la mano y le mostró una pistolita pequeña-esta es una Derringer calibre 31, de un solo tiro. Te acercas por atrás y le apoyás el caño aquí.
Le tomó la cabeza y se la giró hacia la pared. Apoyó el cañón en la base del cráneo.
-Apretá el gatillo, soltás el arma que tiene una cinta especial para no dejar tus huellas. Te vas caminando no muy rápido. Aprovechás el desconcierto. Algunos se van a acercar a ayudarlo. Otros se van a escapar del lugar. Nadie te va a detener, hasta que ya sea muy tarde.
Ella tomó las manos de él y el arma.
-Está cargada-preguntó.
-Ahora la cargo. Antes de usarla, amartíllala.
-¿Así?-dijo ella, mientras tiraba el martillo para atrás-y después…
Jaló de gatillo. Un seco sonido a metal. Después de cargarla la puso en su bolso.
-De todas maneras, no te preocupes… yo voy a hablar con el Cholo-la voz de Paco no expresaba ninguna emoción-¡Vamos! ¡Ya es hora!
Salieron y buscaron un barcito, de esos que están abiertos toda la noche.
-No tardo demasiado.
-Paco… por favor, volvé…
-Si Alexandra-la miró un instante, antes de agregar:
-Si, tranquila…
Se alejó por la calle peatonal rumbo a la plazoleta del obelisco.
-¿Se te ofrece algo más?-el mozo la habló con cierta familiaridad. Los hombres percibían siempre a que se dedicaba. Parecían perros en celo.
-No. Si lo necesito lo llamo-el tono seco de la voz desanimó al tipo que la miró de costado.
A esas horas el Cholo estaría comenzando la recorrida. Visitando sus “chicas” y sacándoles la recaudación. En cualquier momento pasaría frente al ventanal. La vería.
Un par de muchachos pasaron corriendo hacia la avenida.
El ulular de una sirena se perdió entre el tráfico, mientras el camión con los periódicos llegó para descargar sus fardos de información. Un portero comenzó a regar el pavimento.
Ahora pasaron corriendo otros cuántos muchachos más en la misma dirección.
Tomó el vaso de agua y lo apuró de un trago. En la televisión estaban dando el pronóstico meteorológico: “caluroso y húmedo, con probabilidades de lluvia hacía la tarde o noche”.
En ese punto sintió un temblor de preocupación. Dos policías pasaron corriendo en la misma dirección que los muchachos de antes. Una sorda impaciencia le dio retorcijón de estómago. Quería salir a ver que pasaba. Pero no podía pararse.
-Fue acá a la vuelta. Lo tienen rodeado, pero parece que tiene una granada… dicen…
Dos tipos conversaban en la entrada del barcito. La charla le llegó algo cortada, pero el sentido era unívoco. Algo malo estaba ocurriendo ahí afuera. Ella sabía de qué se trataba.
Caminó rumbo a la entrada. Salió y vio el tumulto en la otra esquina. Dos tipos casi la atropellan, uno iba con una cámara portátil de televisión.
Tomó un pañuelito de papel tissue. Se enjugó una lágrima que le estaba estropeando el rimel. Otra gota temblaba en el borde de su alma dolida. Sintió un escalofrío como si la muerte la hubiera rozado.
El estallido acaeció desde más allá del gentío que huyo despavorido en todas direcciones. Un estruendo sordo y grave como un trueno lejano. Un golpe en el pecho.
Sintió que las piernas no la sostenían.
-“El amor hace cometer errores”-había dicho Paco.
Se apoyó contra la pared. Entonces escuchó la voz del Cholo:
-¿Qué hacés acá? ¿Qué pasó allá?
-Nada… nada… solo-tartamudeó azorada.
-A ver ¿Cuánto hiciste anoche?
-Mirá Cholo, no fue una buena noche-trató de mentir-no hice nada.
-¿Me estás jodiendo?-la miró amenazante-a ver… vamos a casa y ahí me explicás que pasó.
Él se adelantó y ella lo siguió temblando. Sabía lo que le esperaba. Su oportunidad había pasado. Durante un instante miró el interior de su bolso. Ahí, entre el rouge, el rubor y los pañuelitos de seda, brillaba la libertad. Plata y nácar.
-¡Vamos!-gritó el Cholo. Se dio vuelta. Ella entonces solo vio el cuello de él. Su cabeza que bamboleaba rítmicamente mientras caminaba por la peatonal casi desierta.